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miércoles, 10 septiembre 2025

La flotilla de las redes sociales

MundoLa flotilla de las redes sociales

Lo diré sin rodeos: la nueva flotilla rumbo a Gaza —rebautizada como Global Sumud Flotilla y heredera directa de la Freedom Flotilla Coalition— es, ante todo, un artefacto comunicativo. Finge querer “romper el bloqueo” y entregar ayuda, sí, pero su combustible principal es la exposición mediática y el relato épico de desvalidos frente a un Estado impopular. No es imaginación mía: desde 2010 todas las flotillas de este tipo han sido interceptadas o atacadas por Israel antes de llegar y los organizadores lo saben de sobra; si eres demasiado joven para recordarlo, Internet está lleno de información sobre los anteriores fracasos.

De dónde viene La Flotilla y quién la compone

Los antecedentes son claros: todo arranca con la flotilla de 2010 y el Mavi Marmara y continúa con reediciones en 2011, 2015, 2016 y 2018, siempre bajo paraguas de una coalición de ONGs internacionales. El ecosistema es amplio —canadienses, italianos, malasios, noruegos, estadounidenses, españoles (Rumbo a Gaza), turcos— y se mantiene desde hace más de una década.

La edición de este año se ha hinchado de caras conocidas y «delegaciones de 44 países”, una cifra que los organizadores repiten como mantra porque suma legitimidad a ojos del público. Entre los nombres que más titulares levantan están Greta Thunberg o la política portuguesa Mariana Mortágua, citados repetidamente en las crónicas de agencia. Esa mezcla de celebrities, activismo y ONG es la columna vertebral del proyecto actual.

El plan de La Flotilla sobre el papel

El itinerario “ideal” sonaba simple: zarpar en convoyes escalonados desde los fotogénicos puertos europeos —con salidas desde Barcelona a finales de agosto y refuerzos desde Génova—, reagruparse en Túnez y, con mar en calma y cámaras listas, poner proa hacia Gaza en una “gran marcha” por mar. Así se anunció, así se vendió y así se fotografió.

La realidad, como siempre, es más prosaica: mal tiempo, retornos a puerto, trámites portuarios y un rosario de averías y revisiones que ralentizan la travesía hasta la exasperación. En el argot, convoy lento; en la práctica, más tiempo varados y más ruedas de prensa, mas stories en Instagram, más bailes en Tiktok.

Por qué viajan tan despacio

Hay razones técnicas y políticas. Las técnicas: barcos pequeños y heterogéneos, banderas cambiantes, seguros con letra pequeña, tripulaciones mixtas y exigencias de capitanía en cada escala. Ya en 2024, la flotilla turca quedó en tierra cuando Guinea-Bissau retiró el pabellón a barcos clave; una jugada administrativa que obligó a parar motores y rehacer papeles. Lo administrativo “mata” la épica más que cualquier fragata.

Las políticas son todavía más determinantes: Israel interceptó este verano el velero Handala y antes el Madleen, con detenciones e incautación de carga lejos de aguas palestinas, dejando claro que cualquier intento será parado. Esa certeza condiciona cada milla del plan y obliga a navegar con tiento, dosificando la marcha, buscando ventanas de oportunidad y, de paso, multiplicando los ruedas de prensa, vídeos, fotos chulas, etc..

Además, la amenaza explícita existe. Declaraciones públicas insisten en que “no se permitirá” romper el bloqueo y que se tomarán “todas las medidas necesarias”; medios especializados han recogido incluso planes de detener tripulaciones durante semanas y requisar barcos para uso policial. Nadie quiere perder un barco que cuesta un dineral y eso explica el tacticismo: zigzags, escalas largas y una liturgia de comunicados que compensan con titulares lo que no se gana en nudos.

La flotilla vive de la cámara y, cuando la navegación se encalla, el guion se traslada al muelle. En Túnez, por ejemplo, dos incendios a bordo han sido atribuidos por los activistas a ataques con dron, mientras las autoridades tunecinas lo niegan y hablan de causas internas. Resultado: foco, simpatía y una nueva ola de atención a la causa, independientemente de lo que digan los peritos.

Este patrón se repite: cada contratiempo (temporal, inspección, allanamiento, retirada de bandera) se traduce en una oportunidad de relato. Hay vídeos, hay lives, hay hashtags, hay influencers y hay cámaras bien posicionadas a la espera de la siguiente “incidencia”. La travesía importa menos que la narración de la travesía.

El negocio del activismo profesional

Aquí es donde conviene bajar al barro. En torno a la flotilla se ha consolidado un ecosistema profesional de ONGs, equipos de comunicación, portavoces en redes y microcelebrities que viven del circuito de campañas, giras y subvenciones. No es que yo me lo invente: basta ver la lista de organizaciones miembro, los boletines, las tiendas solidarias y la maquinaria de recaudación permanente que acompaña a cada intento. Es un modelo de negocio político-mediático perfectamente legal, pero que necesita espectáculo para justificar su existencia.

El objetivo ya no es solo llevar ayuda a Gaza, sino tú y yo. La flotilla ofrece a las izquierdas europeas una bandera a la que aferrarse tras el desgaste de otras causas como el feminismo o el antirracismo y un escenario ideal para reafirmarse como los buenos. Las imágenes de velas y chalecos entre aplausos valen más que mil PDFs sobre ayuda humanitaria. Ese es su mayor éxito: la estética.

Riesgos reales hay y son serios. La intercepción es casi segura, como demuestran los casos recientes y la doctrina pública de Israel sobre el bloqueo naval. El reciente ataque contra la cúpula de Hamás en Catar demuestra que Israel no va a dudar en aplicar cuanta fuerza sea necesario para frenar a los simpatizantes de Hamás. Las prisas mediáticas, sin embargo, chocan con la prudencia náutica de armadores y capitanes, que no están dispuestos a regalar su barco a una causa por muy justa que la crean. Esa tensión interna explica el goteo de bajas, retrasos y replanteamientos.

Los incentivos también son claros. Cada jornada de retraso aumenta la cobertura; cada incidente multiplica la audiencia; cada intercepción regala víctimas y héroes para la narrativa. Y, por supuesto, recauda. En términos de comunicación política, la flotilla gana incluso cuando pierde porque el objetivo no es llegar, sino visibilizar.

Por qué dudo que completen el trayecto

Con el precedente de quince años de interceptaciones y la situación actual (avisos de las autoridades israelíes, ejercicios navales de preparación y una opinión pública ya movilizada con cada retardo) lo razonable es pensar que el convoy no tocará Gaza. Lo probable es un punto final parecido a los anteriores: llegarán unos pocos barcos de escaso valor económico y con la única carga de los activistas (y algunas garrafas de agua y sacos de arroz en la cubierta para que parezca que se lleva ayuda humanitaria); se procederá a su intercepción, con detenciones temporales y barcos incautados, con el añadido de jornadas de plató en Túnez, Italia o España para cerrar la gira. El final simbólico, en cambio, se producirá ante una cámara, haciendo un directo para las redes sociales y con un sinfin de stories en Instagram que pintarán a Israel como los malos y a Hamás como los buenos.

A fin de cuentas esto no va de ayuda, va de banderas. La ayuda que de verdad llega lo hace por canales coordinados y discretos (para que no sea robada por Hamás), no en procesión de veleros con celebrities a bordo. La flotilla es una romería política con fuerte retorno en redes sociales para sus promotores, un riesgo calculado para los dueños de los barcos y una mina de oro narrativo para redes y medios afines. Habrá épica, habrá fotos, habrá detenciones… y habrá donaciones.

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4 COMENTARIOS

  1. Entiendo tu crítica al enfoque propagandístico y comparto que hay mucho escaparate, pero también hay gente honesta que cree que visibilizar sirve. Echo en falta más datos sobre financiación y carga útil. Quizá la tesis ganaría matizando que no todo es show.

    • ¡Es que todo en esta flotilla es un puro show!

      Supongo que has navegado poco porque sólo mirando los barcos ya te das cuenta de que su capacidad de transporte es nula y no van a llevar nada a Gaza; están ahí para salir en la tele y en las redes sociales, lo que aumenta exponencialmente el dinero recibido por sus empresas (que usan la tapadera de ONGs).

      Si a esta gente les importasen lo más mínimo los niños muertos, ya habrían estado diez veces en Sudán o irían camino de las zonas católicas de Nigeria pero todo eso es irrelevante para ellos porque lo único que buscan es mantener su status de «buenos de manual» y seguir viviendo de eso, que consiste básicamente en no dar un palo al agua y pegarse la gran vida a base de subvenciones y recaudaciones de fondos de todo tipo.

  2. Clavas el “modelo de negocio” del activismo profesional: ONGs, celebridades, merchandising y ruedas de prensa cada vez que hay una incidencia. Mucha épica y muy poca logística seria. Si el objetivo fuese ayuda eficaz, no irían en un convoy mediático sino por canales discretos mediante empresas de transporte.

    • Es que ahora ya no mola lo del feminismo a lo bestia o el Black Lives Matter y tienen que subirse a otro carro que les permita seguir siendo los buenos y recibir donaciones y subvenciones.
      Realmente como modelo de negocio está bien pensado; a ver cómo se hace la batalla cultural contra eso.

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