La lista de influencers que acaban trágicamente sigue sumando nombres y el último es especialmente simbólico porque encaja milimétricamente en ese perfil de celebridades digitales que se hacen conocidas precisamente por ignorar límites que cualquier fan de Darwin suele respetar. Karen Sofía Quiroz, más conocida como Bikegirl, perdió la vida en Floridablanca (Colombia) tras una maniobra que encaja con la imagen que proyectaba en redes: velocidad, riesgo y un punto de desafío constante que, al final, le ha terminado pasando factura.
La joven circulaba con su moto entre un turismo y un camión en un tramo donde adelantar entre dos vehículos exige algo más que precisión. Intentó colarse por un hueco que en la pantalla del móvil parece épico pero que sobre el asfalto se convierte en una ruleta rusa que solo necesita un ligero error para acabar mal. El impacto contra el coche fue suficiente para derribarla y su caída la dejó en la trayectoria del camión. Los servicios de emergencia solo pudieron certificar lo que era evidente desde el primer minuto.
Yo diría que lo más llamativo de todo es cómo la propia Bikegirl había anticipado el desastre sin pretenderlo. Horas antes compartió un mensaje diciendo que iba a conducir sin gafas porque las había perdido. Su frase “Espero no chocar porque voy sin gafas” se ha viralizado por razones obvias. No es que hiciera falta un análisis técnico para intuir el desenlace cuando alguien convierte un problema de visión en contenido. Lo que hizo que muchos la siguieran es lo mismo que ahora provoca un silencio incómodo: una estética de desafío permanente que buscaba likes a costa del instinto básico de conservación.
Bikegirl no era una influencer al uso dedicada a tutoriales o maquillajes. Su nicho era el motociclismo urbano de estilo agresivo, donde la velocidad, el ruido del motor y los vídeos editados al milímetro tejen una identidad que engancha a quienes buscan adrenalina desde el sofá. Sus rutas grabadas, sus maniobras límite y su narrativa de libertad absoluta habían construido una comunidad dedicada que la veía como un símbolo de autonomía y valentía. Precisamente ese magnetismo que la hizo crecer en redes es el que alimenta una cultura donde el riesgo se convierte en ingrediente esencial del personaje.
Lo que suele olvidarse
Cuando un influencer basado en el peligro alcanza notoriedad es habitual que se pierda de vista que esa popularidad depende de saltarse normas que para la inmensa mayoría son sentido común. Siempre surge quien dice que la culpa es de la mala suerte o de un despiste puntual. Aun así basta repasar su contenido para comprobar que no hablamos de una excepción sino de un patrón. Un estilo de vida construido alrededor del límite, que funciona mientras la estadística no decide presentar la factura.
El nombre de Bikegirl ya está en la lista creciente de figuras que convierten la imprudencia en combustible para su marca hasta que la realidad irrumpe. Si algo está claro es que este fenómeno no tiene pinta de parar porque la lógica de las redes premia exactamente eso: quien arriesga más destaca más y quien destaca más acaba entrando en esa rueda que no suele ofrecer segundas oportunidades.
Y, por supuesto, el hueco que ella deja será ocupado por el siguiente influencer que sepa crear contenidos emocionantes al filo de la vida misma. Hay muchos usuarios de redes sociales esperando ociosos en su sofá para ver cómo otros se la juegan y muchos anunciantes dispuestos a venderles cualquier cosa a todo ese público… y así la rueda sigue girando.








