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miércoles, 3 diciembre 2025

¿Por qué Putin no quiere la paz?

Mundo¿Por qué Putin no quiere la paz?

La idea de que Rusia sigue luchando porque no tiene nada mínimamente presentable como victoria es, a estas alturas de 2025, un análisis que pocos discuten. Me parece una explicación bastante realista de la situación porque la élite rusa siempre ha necesitado exhibir resultados para mantener su control interno. Cuando una guerra sale torcida el riesgo para el gobernante se dispara y la historia rusa tiene suficientes ejemplos como para entender ese miedo. Prefiero entrar a fondo en cada punto para explicar por qué el Kremlin insiste en prolongar una guerra que está desgastando al país hasta extremos que hace una década hubieran parecido imposibles.

El primer problema para Moscú es que no tiene un solo avance territorial completo que pueda presentar como un logro sólido. Llevan dos años insistiendo en que varias provincias ucranianas forman parte de la Federación Rusa sin controlarlas realmente. Ninguna de esas regiones está en una situación que permita hablar de anexión efectiva porque ni administrativa ni militarmente están bajo dominio total. En el caso de Donetsk la distancia entre lo que proclama la propaganda y lo que sucede sobre el terreno se ha convertido en un abismo. Ni el ejército ruso ni las milicias regionales asociadas están en condiciones de completar la conquista de la provincia y cada metro ganado cuesta un nivel de desgaste que difícilmente podrán sostener a medio plazo. Cada nueva ofensiva se presenta como definitiva pero la realidad es que el frente apenas se mueve pese a un gasto de vidas y de dinero colosal.

En paralelo Rusia ha perdido un volumen de prestigio internacional que no había visto desde el colapso soviético. La invasión inicial salió mal, las previsiones políticas fallaron y la imagen de eficacia militar se vino abajo. Esta pérdida de reputación ha llegado incluso a sus socios más fríos y pragmáticos. China mira la guerra con distancia y con creciente desconfianza. No es que rompan con Moscú pero ya no lo consideran un socio que pueda imponer orden en su vecindario. Que Finlandia y Suecia se hayan unido a la OTAN es un síntoma clarísimo de ese deterioro estratégico. Que Armenia y Kazajistán estén reorientando su política exterior hacia otros equilibrios es otro. Lo que en Moscú se presentaba como un giro para reforzar su influencia se ha convertido en un movimiento que ha empujado a varios países a buscar seguridad lejos de Rusia.

El tercer aspecto que transpira en todos los informes serios es que Ucrania se ha convertido en un enemigo mucho más peligroso para Rusia que antes de 2022. Esto no es una opinión sentimental sino un hecho medido en capacidades militares. La armada rusa ha perdido el control del Mar Negro en buena parte por la acción de drones navales ucranianos que la han obligado a replegar buques en puertos más seguros. Las refinerías rusas y la terminales de exportación arden cada día por ataques de drones de largo alcance y eso está afectando a la economía interna de una manera que Moscú no puede disimular. Además Ucrania ha llevado la guerra al interior de Rusia con la incursión prolongada en Kursk un episodio que habría sido impensable en tiempos recientes. Que un país más pequeño invada y mantenga durante meses territorio de la Federación Rusa es un golpe psicológico tremendo para el Kremlin y explica la rigidez actual: detener la guerra implicaría reconocer una vulnerabilidad histórica.

También ha desaparecido por completo la facción política ucraniana que apostaba por entenderse con Moscú. Era una parte real del sistema político de Ucrania antes de 2022. Hoy está desacreditada sin remedio. El país ha quedado marcado para generaciones con una identidad firmemente orientada contra Rusia. Lo irónico es que Moscú decía querer evitar ese escenario pero sus decisiones han conseguido exactamente lo contrario. Para Rusia este giro generacional significa la pérdida de influencia cultural política y económica sobre un vecino que tradicionalmente había sido clave para sus intereses estratégicos. No hay modo de presentar esto como un éxito porque es el fracaso más profundo de la política exterior rusa desde los años noventa.

Una guerra fallida es siempre el momento de mayor peligro para un gobernante ruso y el actual presidente lo sabe. Si se detiene la guerra ahora no tiene nada que pueda exhibir como victoria. Ni territorios seguros ni una Ucrania sometida ni una OTAN debilitada ni una economía fortalecida. Nada. Cada punto de su plan original está peor que al comienzo. Eso explica la insistencia en continuar. El cálculo es que seguir luchando ofrece al menos la posibilidad de obtener algo que pueda vender internamente como un resultado honorable mientras que parar equivaldría a asumir la derrota en todas las dimensiones. La historia rusa ha tratado mal a quienes han perdido guerras y esa sombra pesa. El miedo a la inestabilidad interna está guiando la estrategia más que cualquier objetivo militar realista.

A todo esto se suma un elemento que en Occidente se comenta menos pero que me parece fundamental. La debilidad creciente del Estado ruso está generando tentaciones en Pekín. China observa que Moscú desvía recursos al frente y que regiones enteras del lejano este sufren una degradación acelerada. Allí empiezan a verse vacíos de poder que están siendo ocupados por élites locales. Hay lugares donde ya no hay policías suficientes donde los hospitales funcionan a medias donde falta combustible y donde la calefacción depende de improvisaciones municipales. Para un país tan centralizado como Rusia que su periferia empiece a depender de oligarcas regionales (paso previo a señores de la guerra) es una señal muy seria. Y todo esto sucede mientras China mira con interés histórico territorios que perdió en tiempos más turbulentos cuando la balanza de poder caía del lado ruso. No es descabellado pensar que la situación actual puede modificar el equilibrio entre ambos países de una forma que perjudique a Rusia durante décadas.

La paradoja es que el presidente ruso se propuso restaurar la grandeza nacional pero las decisiones tomadas desde 2022 están teniendo un efecto contrario. La combinación de aislamiento internacional, desgaste militar, fuga de talento, sanciones acumuladas, deterioro regional y dependencia creciente de China va configurando un escenario inquietante para el futuro del país. A finales de 2025 la cuestión ya no es cómo ganará Rusia la guerra sino cómo evitará que el Estado se fragmente en el interior y quede subordinado a poderes externos en el exterior. La figura del presidente que durante años pareció tan sólida empieza a generar dudas incluso entre sectores que antes le eran leales porque el rumbo actual no ofrece una salida clara ni un beneficio tangible para los oligarcas rusos que son quienes mantienen a Putin en el poder. Si Boris Yeltsin viviera podría contarle a Putin unas cuantas cosas.

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