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viernes, 19 diciembre 2025

Roomba en bancarrota

NegociosRoomba en bancarrota

Confieso que la noticia me ha hecho arrugar la nariz y no porque iRobot fuese una empresa perfecta ni porque Roomba fuese el mejor producto del mercado en sus últimos años sino porque formó parte de una época muy concreta en la que la tecnología doméstica todavía tenía algo de juguete futurista. Seguir a la aspiradora mientras chocaba contra las paredes o se atascaba bajo el sofá era una mezcla de entretenimiento ingenuo y ciencia ficción. Hoy, saber que la compañía ha entrado en bancarrota produce una pena sincera, más emocional que racional.

La quiebra de iRobot no llega de la nada ni puede explicarse con una sola causa. Lo que se desprende de la información publicada estos días apunta a una combinación bastante clásica de errores estratégicos, exceso de confianza y cambios en el mercado mal interpretados, con una pizca de sal regulatoria que terminó de rematar la situación.

Lo que realmente llevó a iRobot al abismo

Después de deshacerse de la originaria división militar, iRobot vivió durante años de haber sido pioneros. Inventaron el mercado del robot aspirador doméstico y durante mucho tiempo eso bastó. El problema es que el liderazgo tecnológico no se mantiene por inercia. Mientras la empresa se dispersaba en proyectos secundarios como purificadores de aire o robots que nunca llegaron a consolidarse, la competencia afinaba el producto principal: mejores mapas, mejores precios y soluciones mixtas de aspirado y fregado que el público sí estaba pidiendo.

Uno de los grandes errores fue apostar demasiado tiempo por una visión propia ignorando los deseos reales del consumidor. La insistencia en ciertos enfoques técnicos, como la navegación basada exclusivamente en cámaras, puede ser defendible desde el laboratorio (y más hoy día con todo lo que se ha adelantado en la «visión» de la inteligencia artificial) pero el mercado de hace unos años acabó votando con la cartera. Cuando los competidores chinos empezaron a ofrecer soluciones más baratas basadas en LIDAR (mapeo con un rayo láser) no tan completas como la visión inteligente pero suficientemente buenas para barrer una casa, que es de lo que va todo esto, Roomba dejó de ser la referencia automática.

A esto se sumó una estructura de costes elevada, una bajada drástica de ingresos tras el pico de la pandemia y una pérdida acelerada de cuota de mercado. En apenas unos años, iRobot pasó de dominar el sector a convertirse en una marca más, sin una propuesta claramente diferenciada y con precios difíciles de justificar.

La operación fallida con Amazon

La posible compra por parte de Amazon parecía, sobre el papel, una tabla de salvación. Capital, distribución y una salida honrosa para una empresa que ya mostraba síntomas de agotamiento. Sin embargo, el bloqueo regulatorio (¡de la Comisión Europea, ayudando como siempre!) dejó a iRobot atrapada en un limbo corporativo durante casi dos años, sin capacidad real para planificar a largo plazo ni para ejecutar cambios profundos.

Aquí conviene matizar el discurso victimista de la antigua dirección. Culpar exclusivamente a la Comisión Europea, que alegaba que Amazon podría convertir a Roomba en un monopolio, es una explicación cómoda, pero incompleta. El daño fue real, sí, pero llegó cuando la empresa ya estaba debilitada. La compra no bloqueó una compañía brillante en plena expansión sino a una firma que llevaba tiempo perdiendo el pulso del mercado.

Por el contrario, muchos usuarios no lloran precisamente la caída de iRobot y muestran una desconfianza profunda hacia Amazon como posible salvador temiéndole a modelos basados en suscripciones absurdas y a la publicidad integrada en productos físicos; además el miedo a la recopilación masiva de datos aparece una y otra vez. A fin de cuentas, si te lo planteas, la posibilidad de tener a un robot con cámara paseándose por toda tu casa y mandando las imágenes a Amazon no es precisamente tranquilizadora.

Y encima, la idea de pagar una suscripción por usar una aspiradora no es progreso tecnológico, es un secuestro digital. Amazon probablemente habría mantenido viva la marca Roomba durante más tiempo, pero a costa de convertirla en otro nodo más de su ecosistema cerrado, lleno de peajes pequeños y constantes, como los recambios exclusivos o líquidos de la misma marca. Puede que el producto hubiera sobrevivido, pero el espíritu original difícilmente lo habría hecho.

iRobot no murió porque el mundo fuese injusto con ella. Murió porque confundió haber llegado primero con tener razón para siempre. También porque se acomodó en una posición de prestigio mientras otros entendían mejor al consumidor medio, al que el precio le importa mucho. Aun así, no puedo alegrarme de su caída. Roomba fue durante años un símbolo amable de la robótica doméstica, un primer paso torpe pero entrañable hacia casas un poco más automatizadas.

Recuerdo perfectamente esos ratos siguiendo al robot como si fuese una mascota absurda, esperando ver qué esquina exploraba o dónde se quedaba atascado. Hoy los robots aspiradores son más eficientes, más silenciosos y más aburridos. Funcionan mejor, pero ya no despiertan curiosidad. Y quizá eso explique por qué la quiebra de iRobot no es solo una noticia económica más, sino el cierre discreto de una etapa en la que la tecnología todavía sabía sorprender.

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