Todavía recuerdo perfectamente estar sentado en el cuarto de estar de mi casa, en la alfombra donde yo solía ver la tele, mientras mi padre estaba sentado en su sillón y juntos veíamos la final del mundial de 1974. Aquellos partidos de fútbol eran de los primeros que yo veía con conciencia de lo que el fútbol significaba porque ya tenía ocho años y hasta no mucho antes yo veía en la tele aquellas personitas tan pequeñas moviéndose que pensaba que al fútbol jugaban niños pequeños.
A primeros de los setenta, en el año setenta y tres yo tenía cromos del Granada y mi padre me contó que una vez fue al fútbol a ver al Real Madrid, pero que lo que estábamos viendo estaba a un nivel infinitamente superior, que aquello de la final del Campeonato del Mundo era algo que jugaban unos pocos elegidos y entre ellos casi siempre estaban los alemanes, por los que mi padre sentía una especial admiración.
El capitán de aquella selección era Franz Beckenbauer y consiguieron ganar a los holandeses por dos a uno y proclamarse campeones del mundo. Hace cincuenta años de eso y todavía recuerdo a aquel hombre del pelucón rizado y patillas potentes levantar el trofeo de campeón del mundo.
(Abro un inciso aquí para decir que toda aquella admiración que sentí en ese momento al ver a los alemanes campeones del mundo, como si aquello fuera algo inconmensurable, se transformaron en lágrimas de emoción el día que la selección española se proclamó campeona del mundo en el año 2010.)
Después de aquel mundial recuerdo que en el periódico, de vez en cuando aparecían noticias en las que los alemanes, como selección o como Bayer de Munich, resultaban invencibles jugando al fútbol, capitaneados por aquella bestia parda que era Beckenbauer. Ese nombre, desde luego, a mi me resultaba tan avasallador como una división panzer y no imaginaba que nadie pudiera oponerse a un equipo con Beckenbauer de capitán.
Hoy la enfermedad ha avanzado hacia su portería a los setenta y ocho años y el mejor central de todos los tiempos no ha podido frenarla.
Con admiración y respeto,
descanse en paz.
Una pequeña biografía
Franz Beckenbauer, apodado “Der Kaiser” por su elegante estilo de juego y liderazgo en el campo, nació el 11 de septiembre de 1945 en Múnich, Alemania. Desde muy joven, Franz mostró un interés y un talento excepcionales por el fútbol. Se unió al Bayern de Múnich, donde su carrera despegó de manera espectacular. Durante su estancia en el Bayern, Beckenbauer ayudó al equipo a alcanzar grandes alturas, incluyendo múltiples títulos de la Bundesliga y tres Copas de Europa consecutivas en la década de 1970. Su habilidad para leer el juego y su capacidad para organizar la defensa, así como iniciar el ataque, lo hicieron indispensable en el equipo.
En el plano internacional, Beckenbauer fue igualmente influyente. Capitaneó a la selección de Alemania Occidental a la victoria en la Copa del Mundo de 1974, un logro monumental que cimentó su estatus como uno de los mejores defensores de todos los tiempos. Su estilo de juego, caracterizado por la elegancia y la inteligencia táctica, revolucionó el rol del “líbero” o defensor libre. En esta posición, no solo se destacó en la defensa, sino que también contribuyó significativamente al ataque de su equipo.
Tras su retiro como jugador, Beckenbauer no se alejó del fútbol. Se convirtió en un entrenador exitoso y llevó a la selección de Alemania Occidental a ganar la Copa del Mundo de 1990 en Italia, convirtiéndose en una de las pocas personas en la historia en ganar el torneo tanto como jugador como entrenador. Esta hazaña refuerza su legado como uno de los grandes del fútbol mundial.