Un asesinato que retrata una época
Ayer, 10 de septiembre de 2025, Charlie Kirk fue asesinado de un único disparo mientras intervenía en un acto al aire libre en el campus de Utah Valley University (Orem, Utah). El tiro —efectuado desde un edificio cercano a más de 150/180 metros, según los primeros partes— le alcanzó en el cuello y desató el pánico entre los asistentes. Trasladado de urgencia al hospital, su muerte quedó confirmada a última hora de la tarde. Las autoridades estatales han calificado el hecho de “asesinato político” y el campus quedó clausurado durante horas. La investigación sigue abierta.
El evento formaba parte de su gira universitaria —una mezcla de charla, turno abierto de preguntas y mesa “Prove Me Wrong”—, en la que acostumbra a debatir con estudiantes sobre cuestiones candentes. El disparo sonó cuando Kirk conversaba con el público bajo una carpa blanca, tal y como muestran los vídeos que se difundieron en minutos por redes sociales. Hubo versiones iniciales que hablaron de detenidos, después corregidas: al cierre de las ruedas de prensa del miércoles por la noche, el sospechoso seguía en busca y captura.
La reacción pública fue inmediata y transversal. Hubo condena unánime de dirigentes republicanos y demócratas, del gobernador Spencer Cox, del presidente Trump —que ordenó las banderas a media asta— y de figuras institucionales y cívicas. La sesión de la Cámara de Representantes se interrumpió para guardar silencio y orar. Es un punto de inflexión en una escalada de violencia política que Estados Unidos arrastra desde hace años.
Y, mientras tanto, el termómetro de las redes sociales volvió a subir: junto a los mensajes de pésame y rechazo a la violencia, circularon publicaciones celebratorias de usuarios abiertamente alineados con la izquierda, una mezcla tóxica que ya forma parte del ritual tras cada atentado; sólo faltaron las banderas palestinas para completar el decorado habitual.
¿Quién era Charlie Kirk y por qué incomodaba?
Charlie Kirk, 31 años, casado y con dos hijos, fue el fundador y la cara visible de Turning Point USA (TPUSA), la organización que en la última década colonizó con eficacia cientos de campus con clubes, foros y congresos orientados a la movilización juvenil. Además de sus actos en universidades, conducía un programa diario de radio y un podcast con un alcance que ya querrían medios tradicionales. Ese impacto entre jóvenes —poco común en la derecha estadounidense— le dio un peso político innegable.
Su estilo —combativo, directo, con gusto por el cara a cara— funcionaba especialmente bien en formatos abiertos donde las consignas resisten poco y las preguntas exigen concreción. Lo he visto muchas veces: cuando el interlocutor acepta discutir datos, costes y consecuencias, pierde terreno el eslogan. En los campus, ese terreno es valioso: marcos morales y culturales que parecían monopolio progresista pasaron de dogma a materia discutible. Esa es una de las claves del odio que despertaba entre activistas y cuentas militantes: les robaba la iniciativa en su propio ecosistema.
No es ningún secreto que TPUSA apostó por desintermediar la conversación: menos debates filtrados por temas, más micrófono abierto; menos jerga, más ejemplos cotidianos; menos seminarios cerrados, más videos virales de intercambios reales. Quien ha asistido a esos actos sabe que, con frecuencia, las preguntas incómodas venían del público, sí, pero la réplica mejor estructurada también. Kirk explotaba bien ese formato y, por eso, atraía y molestaba a partes iguales.
Lo que más irritaba a sus adversarios era que, con independencia del acuerdo ideológico, ganaba la batalla del marco: ponía sobre la mesa el peso de la familia, el mérito personal, la seguridad, la libertad de expresión y la responsabilidad fiscal y obligaba a responder ahí. En un país donde la batalla cultural marca el voto, eso es tocar hueso.
¿Cómo afecta este asesinato a la batalla cultural?
En primer lugar me gustaría dejar claro que es lógico y comprensible que quienes participan en la batalla cultural sientan ahora mismo miedo porque este asesinato muestra bien a las claras que la izquierda no se va a detener en su asalto al poder. Hay que partir de la base de que el socialismo considera legitima la violencia para tomar el poder, le llaman revolución, y estos episodios de violencia, estos asesinatos y por supuesto cualquier tipo de paliza o de apedreamiento es visto como algo necesario en su proyecto político. Imagino el miedo que ahora mismo sienten personajes que están en primera línea de la batalla cultural como Agustín Laje o Javier Negre; incluso yo mismo, que estoy en tercera línea y sólo tengo un blog prácticamente irrelevante, me he tentado la ropa antes de publicar este artículo por las consecuencias que me podría acarrear porque el miedo es inevitable.
La izquierda nos ha declarado la guerra y obviamente todos los que estamos en primera línea somos objetivo. Asesinaron a Charlie Kirk porque era el mejor de los soldados de la libertad al haber sido capaz de conquistar los campus universitarios con un discurso pro vida y… pic.twitter.com/ibGHaXTbdA
— Javier Negre (@javiernegre10) September 10, 2025
Pero en general, en España el tablero es distinto pero no tanto de su equivalente estadounidense. Una parte sustancial del ecosistema mediático y cultural español depende de subvenciones y publicidad institucional y el discurso dominante en televisiones, radios y grandes cabeceras se mueve dentro de un marco ideológico muy homogéneo marcado por las instrucciones más o menos explícitas que reciben desde el PSOE. En redes ocurre algo parecido: Facebook, Instagram, Youtube o Tiktok siguen obedientemente las directrices de la izquierda y censuran sin contemplaciones cualquier disidencia. Por eso, a efectos prácticos, el oxígeno informativo llega por X y por unos pocos medios que sobreviven a pulmón, con audiencia fiel pero recursos ajustados. De ahí que la cuestión estratégica no sea menor: ¿seguir debatiendo en foros hostiles o reordenar prioridades y canales para no jugar siempre en campo contrario?
Mi posición es clara: diversificar y construir. Si el ecosistema dominante te cierra la puerta o te abre la jaula, la respuesta no es suplicar otro turno, sino levantar vías paralelas: el contenido manda, pero la infraestructura decide quién llega y quién calla. Sobre todo, hay que organizarse para que el debate llegue a los institutos y universidades pero al margen del profesorado (mayoritariamente izquierdista) y de la institución en sí.
Además hace falta una red estable de juristas que actúe con medidas cautelares ante intentos de cancelación o coacción, que documente responsabilidades de administraciones y directivos cuando se vulnera la libertad de expresión y que promueva protocolos obligatorios en espacios públicos: planes de seguridad, sanciones a sabotajes, indemnizaciones a organizadores y asistentes si el evento se frustra por violencia o desorden. Te guste o no, hasta ahora el máximo exponente de esta línea es Hazteoir.org.
Sin embargo, para poner todo esto en marcha hay que financiar lo que funciona. Si de verdad se quiere pluralismo, hay que sostener los medios que lo garantizan sin subvenciones. Suscripciones, micromecenazgo y patreons no son un gesto simbólico sino una palanca cultural. Igual con X: cuidar la comunidad, verificar datos antes de amplificar y medir impacto real. No se trata de buscar “algoritmos amigos”, sino de blindar una cadena de distribución inmune a la ventolera del día.
He leído estos días ideas que van desde “no debatir jamás con la izquierda” hasta “actuar en consecuencia” como si la única alternativa a la palabra fuese la escalada. No comparto esa deriva. La retirada cede el foro y la bronca vacía solo alimenta el victimismo del que censura. La salida es otra: continuar debatiendo, pero en condiciones que impidan el chantaje; reforzar los canales que no dependen del BOE; proteger a quienes se exponen; y exigir responsabilidades cuando se vulneran derechos.
Por ahora vamos ganando y para entenderlo basta con ver que la figura de máxima repercusión de la izquierda mediática es Sarah Santaolalla, cuyo curriculum es tan largo como su capacidad intelectual pero todavía nos queda un largo camino por recorrer.
El objetivo no es “ganar por las malas”, es que la ley vuelva a ser el piso, no el techo. Si algo enseña la experiencia reciente es que cuando hay reglas y luz, los dogmas pierden pegada y la gente decide mejor. Ahí es donde este país se juega algo más que una controversia: se juega la posibilidad misma de discrepar sin miedo.
Comparto el diagnóstico central —hay que proteger actos y priorizar foros serios— y la necesidad de sostener medios libres del BOE. Solo matizaría una cosa: conviene no abandonar del todo los grandes platós y campus públicos. Si se fijan condiciones exigentes y se cumplen, también ahí se puede dar la batalla cultural.
¡Es que las condiciones las ponen ellos para su propio beneficio!
No seamos ingenuos: no hay debate posible con los propagandistas del régimen en los medios del régimen.
Gracias por publicar este artículo; hacía falta una lectura así de clara. Los hechos son tozudos: lo de Charlie Kirk no es un caso aislado, encaja en una secuencia de violencia política promovida por la izquierda que varios medios describen ya como un rasgo de la vida pública estadounidense más que como una anomalía.
Kirk no era un tertuliano de plató: su circuito eran campus y foros abiertos, donde el contrincante no es de cartón piedra. Precisamente por eso se granjeó enemistades; su método de cara a cara desmontaba las consignas y obligaba a discutir costes y consecuencias. Hasta críticos ideológicos reconocen su peso entre jóvenes y su disposición a hablar en entornos hostiles, algo poco habitual hoy.
Hay además un elemento operativo que tu texto subraya y que otros han detallado: fallos de seguridad y formatos que convierten a un orador en un blanco previsible, sobre todo en una sociedad como la americana que permite la tenencia de armas. Testimonios y crónicas del acto evidencian que la seguridad era demasiado frágil para una figura de ese perfil. Es un punto incómodo pero ineludible si se quieren seguir celebrando eventos.
El día después ha dejado otra constatación: la viralización del vídeo y una refriega en redes donde conviven pésames sinceros con publicaciones deshumanizadoras. Este caldo tóxico es ya el teatro principal; por eso resulta sensato lo que propones: elegir foros serios, exigir reglas y reforzar canales propios lejos del ciclo de subvenciones y de la censura de las plataformas y redes sociales.
Me quedo con una idea: no retirarse. Si algo dejaba claro su trayectoria es que el debate abierto, cuando existe de verdad, desactiva dogmas. La respuesta no puede ser ni la huida ni la temeridad, sino reglas, seguridad y persistencia. Tu artículo acierta al poner el acento ahí y en sostener medios que informen sin tutelas.
Gracias a ti, Fernando, por el comentario.
Coincidimos.