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martes, 23 diciembre 2025

Ha llegado la hora de matar al podcast

NegociosHa llegado la hora de matar al podcast

Llevo tiempo viendo cómo se ha normalizado que llamemos eso (la serie de episodios de audio que escuchas cuando te apetece) con una palabra importada que obliga a aclarar demasiado a menudo qué es y cómo funciona. Vivimos conectados, saltando de una pantalla a otra, alternando ocio y compra en una especie de “modo descubrimiento” permanente y justo por eso me parece que seguir usando un término extranjero para algo que, en la práctica, ya es un producto cultural de consumo cotidiano, es una pequeña torpeza colectiva.

Si lo que buscamos es claridad, lo más lógico es llamarlo programa. No porque sea una batalla “purista” de idioma, sino porque programa es una palabra que ya trae incorporadas, sin esfuerzo, las ideas de episodios, temporadas, continuidad, audiencia, formato y hasta parrilla mental. Y lo mejor: sirve igual aunque lo distribuyas en diez plataformas distintas.

La palabra importada ya no describe lo que de verdad ocurre

Durante años se asumía que el podcast era “audio hablado que te descargas” y punto. Hoy eso se ha quedado corto. El consumo se mezcla con vídeo, clips, directos, newsletters, comunidades, eventos, fragmentos en redes y recomendaciones en plataformas, en una realidad multidispositivo. ¿No tienen la inmensa mayoría de podcasts una versión en vídeo subida a Youtube?

En ese panorama, el problema es que el nombre «podcast» lleva a pensar en una cosa concreta (una app concreta, un hábito concreto, un “me lo bajo y lo oigo”) cuando en realidad lo que tienes entre manos es un programa que se puede consumir en audio, en vídeo, en clips para Tiktok, en transcripción, en un feed, en una web y en una app. El nombre viejo se queda pequeño y encima te obliga a explicarte.

Si lo llamas programa, te entenderán mejor

Con programa pasa algo simple: cualquiera entiende de qué va, incluso quien no usa plataformas modernas. Y esto, en el mundo real, importa más de lo que a veces queremos admitir.

  • Si alguien dice “tengo un programa semanal”, no tienes que traducir nada.
  • Si alguien dice “patrocinamos un programa”, el anunciante sabe que está comprando un espacio de atención, no un capricho tecnológico.
  • Si alguien dice “escucho este programa mientras conduzco”, nadie pregunta “¿y eso dónde se oye?”.

El nombre importado, además de difícil de pronunciar porque en español no hay dc como en podcast, tiende a crear una barrera cultural ligera pero constante: gente que lo asocia a algo “de internet”, “de frikis”, “de jóvenes” o “de nicho”.

A los podcasters les conviene dejar de parecer una subcultura

Aquí me mojo: a un creador le conviene presentarse como alguien que hace un programa, no como alguien que hace “una cosa de plataforma” que muchos aún consideran menor.

Un creador quiere tres cosas (aunque no siempre lo diga en voz alta):

  1. Que le entiendan rápido
  2. Que le tomen en serio
  3. Que le paguen mejor

La palabra programa empuja en las tres direcciones.

Que le entiendan rápido: cuando hablas con alguien para una entrevista, una colaboración, una aparición en medios o una oportunidad de marca, la conversación arranca antes. No pierdes el primer minuto en traducciones culturales.

Que le tomen en serio: programa suena a producto editorial, a proyecto, a algo que se planifica y se produce. No suena a ocurrencia. Esto afecta a cómo te perciben periodistas, marcas y hasta otros creadores.

Que le paguen mejor: si tu producto suena a “contenido formal” y no a “formato raro”, te mueves con más facilidad hacia presupuestos de campaña y no hacia “subvencióname por lo guay que soy”. Ponerle nombre de programa ayuda a venderlo como lo que es: un activo.

A los anunciantes les facilita comprar

Muchos anunciantes no tienen un problema con el formato en sí. Lo que les frena es la fricción mental: “¿cómo se mide?”, “¿dónde aparece?”, “¿qué pasa si esa plataforma cambia?”, “¿qué estoy comprando exactamente?”.

Si lo llamas programa, la compra se parece más a comprar un espacio editorial y menos a apostar por una tecnología concreta y esa diferencia psicológica importa.

La publicidad funciona cuando la marca aparece de forma consistente a lo largo proceso de compra del consumidor, no solo en el último segundo. El anunciante quiere continuidad y repetición en un entorno seguro, con audiencias que prestan atención. Eso encaja mejor con la idea de “programa” que con la idea de “archivo de internet con nombre raro”.

Además, programa te permite vender paquetes que hoy son normales pero que el nombre importado vuelve confusos:

  • mención en el episodio completo más recortes para redes
  • presencia en vídeo más versión de audio
  • patrocinios por temporada
  • branded content dentro del programa
  • integración del producto en secciones fijas

Todo eso se entiende mejor cuando el marco mental es “estoy patrocinando un programa”, no “estoy metiendo dinero en un término extranjero que cada uno imagina de una forma”.

Para el público también es más fácil

El público no quiere jerga, quiere rutinas: la gente se engancha por costumbre.

Llamarlo programa lo acerca a un hábito cotidiano. Se parece a “mi programa de cocina”, “mi programa de entrevistas”, “mi programa de historia”, aunque lo escuches en el móvil, en el coche o en la tele. La palabra actúa como puente: no te obliga a pensar en la herramienta, te invita a pensar en el contenido.

Y aquí hay otra cosa práctica: programa no excluye a nadie. Personas mayores, gente que no se considera “tecnológica”, público que consume en televisión, gente que solo usa una plataforma concreta… todos pueden entrar sin sentirse fuera de lugar.

“Pero se distribuye en plataformas distintas”: justo por eso conviene programa

Hay quien dirá: “si está en muchas plataformas, ¿cómo lo llamo programa?”. Precisamente por eso. Un programa es un producto, no un canal. Tú no llamas “televisión” a una serie por el hecho de que se emita en varias cadenas o se pueda ver bajo demanda. Dices “serie”, “programa”, “documental”.

La distribución es accidental. El contenido es lo esencial.

Hoy puedes tener:

  • una versión larga en una plataforma de audio
  • una versión con vídeo en una plataforma de vídeo
  • clips en redes
  • una transcripción en tu web
  • un boletín asociado
  • una comunidad de pago
  • episodios extra para miembros

Eso es un programa con estrategia de distribución, no un formato atado a una sola aplicación.

De hecho, el texto de partida describe esa realidad de saltar entre dispositivos y experiencias y de conectar puntos en un recorrido coherente. Si el consumidor vive todo como un continuo, el nombre también debería ser continuo. Programa lo es; podcast, no.

Un nombre más sobrio sube el listón

Aquí viene la parte menos popular: podcast ha servido de paraguas para mucha mediocridad. Como sonaba moderno, a veces bastaba con “estar” sin exigir demasiado: mala edición, sonido flojo, episodios sin guion o titulares engañosos.

Cuando dices “tengo un programa”, suena a que has preparado algo. A que hay un mínimo de oficio. Te obliga, aunque sea un poco, a estar a la altura. Y eso beneficia al ecosistema entero: menos ruido, más calidad, más confianza del público y por tanto más interés de los anunciantes.

Además, a nivel cultural, programa es una palabra que encaja con una tradición de responsabilidad editorial. Si publicas algo con regularidad y aspiras a tener audiencia, asumes un compromiso. Yo prefiero esa mentalidad a la de “subo cosas cuando puedo”.

¿Cómo hacer la transición?

No se trata de cambiar el nombre en un día y fingir que nada ha pasado. Se trata de hacer una transición inteligente, sobre todo si ya tienes audiencia que usa el término importado porque es el que se popularizó.

Yo haría algo así (en textos, en voz y en materiales de marca):

En la cabecera y la bio

  • Programa semanal de entrevistas sobre X”
  • “Nuevo episodio cada martes”
  • “Disponible en las principales plataformas”

En el guion del inicio del episodio

Durante unas semanas, una fórmula breve que no se recree en la palabra podcast:

  • “Estás escuchando mi programa sobre X. Lo tienes en tu plataforma habitual y también en mi web.”

Sin más. No hace falta convertirlo en debate eterno.

En la propuesta comercial para marcas

Aquí es donde más se nota la ventaja.

  • “Patrocinio del programa por temporada (8 episodios)”
  • “Mención integrada en sección fija”
  • “Pack de distribución (episodio completo más 4 clips)”
  • “Informe de resultados (descargas, visualizaciones, clics y menciones)”

El anunciante entiende lo que compra porque suena a un producto de medios, no al capricho ocasional de un comunicador aficionado.

El «Qué dirán…»

“La palabra programa es demasiado genérica”

Sí y no. Genérica puede ser una ventaja cuando lo que necesitas es difusión. Luego ya especificas: programa de entrevistas, programa de historia, programa de humor, programa narrativo.

“Suena a televisión”

Suena a medios, que es justo lo que es. Y hoy, con el vídeo y el consumo en pantallas, esa frontera está más diluida que nunca. Algunos de los podcasts de más éxito en España lo son gracias a su distribución en Youtube. Además, incluso si solo haces audio, el público entiende “programa de radio” sin problema, pero con la flexibilidad moderna de escucharlo cuando quiera.

“Todo el mundo sabe ya lo que es un podcast”

Pregunta fuera de tu grupo de amiguetes o de tu canal de Discord. No te digo que vayas a una ferretería, simplemente pregúntalo en tu peña de fútbol o lo que tengas parecido con gente de tu edad.

Podcast no sólo es difícil de pronunciar sino que mucha gente no sabe lo que significa y la mayoría de los que saben lo que significa no son capaces de indicar ni una plataforma desde la que se puedan descargar.

Resumiendo

Yo lo llamaría programa sin complejos. Me parece más claro, más limpio y más respetuoso con el público. También es más útil para vendérserlo a marcas sin convertir cada reunión en una lección de terminología. Y, sobre todo, refleja mejor la realidad actual: un contenido episódico que se distribuye por muchos canales, pero que es una sola cosa en la cabeza de quien lo hace y de quien lo sigue.

Y si alguien insiste en que “programa” no vale porque se distribuye por varias plataformas, le diría que justo por eso vale: porque describe el producto, no el cable por el que llega.

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