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lunes, 2 junio 2025

OpenAI quiere hardware… ¿y fracasará?

Ciencia y tecnologíaOpenAI quiere hardware... ¿y fracasará?

¿Revolución o déjà vu? La IA y el enésimo intento de reinventar el dispositivo personal

La noticia ha corrido como la pólvora: OpenAI ha cerrado una operación de 6.500 millones de dólares para adquirir LoveFrom io, el estudio de diseño de Jony Ive, el mismo que estuvo detrás de productos tan emblemáticos como el iPhone, el iPod o el iMac. Con esta alianza, los medios y entusiastas del sector tecnológico han comenzado a hablar del próximo gran salto de la inteligencia artificial: el paso del software al diseño industrial, o, dicho de otro modo, del código a la carcasa. Sin embargo, conviene mantener cierta distancia crítica y preguntarse si esta promesa tiene posibilidades reales de materializarse… o si estamos ante otro espejismo disfrazado de innovación.

Otro dispositivo sin pantalla que quiere sustituir al móvil

Las filtraciones, aún escasas y cuidadosamente dosificadas, apuntan a que el dispositivo será compacto, sin pantalla y basado en la interacción por voz, sensores y una supuesta comprensión del contexto. Aparentemente, se trataría de un compañero de IA que aspira a convertirse en el nuevo intermediario entre los humanos y la tecnología, desplazando (o al menos complementando) al omnipresente smartphone. El problema es que no es la primera vez que se nos promete esto. Y casi siempre ha salido mal.

Basta recordar fracasos estrepitosos como el Essential Phone de Andy Rubin, que también pretendía repensar el móvil con una propuesta minimalista, o el intento de Humane con su AI Pin, un clip de solapa también sin pantalla que acabó siendo objeto de burla y descontento entre los primeros usuarios. Ambos proyectos compartían una filosofía similar: reducir la dependencia de las pantallas, ofrecer una experiencia más humana, y apoyarse en una fuerte narrativa ética y de diseño… Pero ambos fallaron estrepitosamente. El público no encontró suficientes motivos para cambiar su comportamiento, y los dispositivos se quedaron en nichos muy estrechos o directamente fueron retirados del mercado.

La sombra de los fracasos anteriores pesa demasiado

El historial reciente demuestra que, por muy refinado que sea el diseño y por potentes que sean las intenciones éticas, el comportamiento del consumidor cambia muy lentamente, sobre todo cuando se trata de tecnologías cotidianas. El smartphone no sólo ha ganado la batalla por su funcionalidad, sino también por su papel simbólico: es centro de trabajo, ocio, comunicación, fotografía y status. Sustituirlo por algo más natural requiere algo más que buena voluntad y promesas de interacción contextual.

Tampoco debemos olvidar que el mercado del hardware es feroz y despiadado, con márgenes muy ajustados y una complejidad logística que dista mucho del entorno digital donde OpenAI ha florecido. Lanzar un dispositivo físico implica problemas de escalado, soporte, distribución, mantenimiento y seguridad que nunca antes ha gestionado OpenAI. Confiar únicamente en la visión de un diseñador brillante (por mucho que haya trabajado en Apple) no garantiza el éxito comercial ni la adopción masiva. Que se lo digan a Google, que ha coleccionado cadáveres de dispositivos fallidos como quien junta cromos (Google Glass, Pixel Slate, Nexus Q…).

Se afirma que el objetivo es crear un producto más ético, menos adictivo, más respetuoso con el usuario y su bienestar cognitivo. Es un discurso que sintoniza con las preocupaciones actuales sobre sobrecarga digital, vigilancia constante y salud mental. Sin embargo, este tipo de promesas han sido utilizadas muchas veces como reclamo de marketing sin que luego se cumplieran. Y, además, no hay evidencia de que los usuarios estén dispuestos a pagar por productos que prometen “menos pantalla” cuando el resto del mundo sigue desarrollando adicciones con el móvil en la mano. La ética en el diseño vende bien… siempre que no implique renunciar a funcionalidad, comodidad o entretenimiento.

A todo esto se suma la realidad de que OpenAI aún no ha demostrado una capacidad sostenida de innovación en producto físico. Su mayor éxito, ChatGPT, es un servicio basado en software y nube. Pretender que el salto al hardware será inmediato y fluido es, como mínimo, arriesgado.

Aunque yo doy por hecho que esto va a terminar como el Rosario de la Aurora y simplemente veremos cómo otros cientos o miles de millones de dólares acaban desperdiciados, con lo bien que me vendrían a mí, es posible que el futuro nos depare cualquier cosa porque a estas alturas de la vida ya sé que mi capacidad para predecir el futuro tecnológico es bastante limitada, así que doy por hecho que nos podríamos encontrar ante cualquiera de estos 3 escenarios:

1. Final positivo: un nuevo paradigma tecnológico

En el mejor de los casos, el dispositivo se convierte en un éxito moderado y crece progresivamente gracias a una comunidad de usuarios pioneros. OpenAI logra resolver los problemas técnicos más duros: comprensión contextual real, privacidad sólida, y una integración fluida con otros dispositivos. El producto se asocia a un estilo de vida concreto —quizás más enfocado al trabajo, la concentración o la creatividad— y encuentra un público fiel, como ocurrió en su día con el Kindle en el mundo de la lectura digital. Este escenario requeriría una ejecución impecable, mucha paciencia y años de ajustes finos.

2. Final intermedio: nicho funcional para un grupo reducido

Un futuro más probable sería que el dispositivo funcione correctamente pero no consiga sustituir al smartphone ni penetrar en el mercado masivo. Encuentra su hueco en sectores muy concretos: profesionales que lo usan como asistente de voz personalizado, personas con necesidades de accesibilidad, o como herramienta educativa. Algo parecido a lo que ocurrió con las tabletas gráficas o las Raspberry Pi: productos valiosos, bien diseñados, pero lejos de la omnipresencia prometida.

3. Final negativo: otro juguete caro olvidado por el mercado

El escenario más sombrío es también el más común: el dispositivo decepciona en su lanzamiento, no cumple con las expectativas, presenta problemas de uso o errores técnicos graves, y el público lo ignora. La crítica especializada lo castiga, los vídeos de YouTube lo ridiculizan y OpenAI, tras un par de actualizaciones fallidas, decide discontinuarlo discretamente. La empresa, con una lección aprendida, regresa a su terreno natural: el software, los datos y los modelos de lenguaje, dejando el hardware como un capítulo breve y fallido en su historia.

Hay innovación, desde luego. Pero también hay motivos suficientes para mantener una actitud cautelosa y realista. Porque si algo nos ha enseñado la historia reciente de la tecnología es que los dispositivos físicos, por mucho diseño que lleven encima, no siempre encuentran el hueco que sus creadores imaginan. Y la promesa de un compañero de IA sin pantalla suena mucho a déjà vu con peores resultados que expectativas.

Se admiten apuestas.

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