¿Revolución o déjà vu? La IA y el enésimo intento de reinventar el dispositivo personal
La noticia ha corrido como la pólvora: OpenAI ha cerrado una operación de 6.500 millones de dólares para adquirir LoveFrom io, el estudio de diseño de Jony Ive, el mismo que estuvo detrás de productos tan emblemáticos como el iPhone, el iPod o el iMac. Con esta alianza, los medios y entusiastas del sector tecnológico han comenzado a hablar del próximo gran salto de la inteligencia artificial: el paso del software al diseño industrial, o, dicho de otro modo, del código a la carcasa. Sin embargo, conviene mantener cierta distancia crítica y preguntarse si esta promesa tiene posibilidades reales de materializarse… o si estamos ante otro espejismo disfrazado de innovación.
Otro dispositivo sin pantalla que quiere sustituir al móvil
Las filtraciones, aún escasas y cuidadosamente dosificadas, apuntan a que el dispositivo será compacto, sin pantalla y basado en la interacción por voz, sensores y una supuesta comprensión del contexto. Aparentemente, se trataría de un compañero de IA que aspira a convertirse en el nuevo intermediario entre los humanos y la tecnología, desplazando (o al menos complementando) al omnipresente smartphone. El problema es que no es la primera vez que se nos promete esto. Y casi siempre ha salido mal.
Basta recordar fracasos estrepitosos como el Essential Phone de Andy Rubin, que también pretendía repensar el móvil con una propuesta minimalista, o el intento de Humane con su AI Pin, un clip de solapa también sin pantalla que acabó siendo objeto de burla y descontento entre los primeros usuarios. Ambos proyectos compartían una filosofía similar: reducir la dependencia de las pantallas, ofrecer una experiencia más humana, y apoyarse en una fuerte narrativa ética y de diseño… Pero ambos fallaron estrepitosamente. El público no encontró suficientes motivos para cambiar su comportamiento, y los dispositivos se quedaron en nichos muy estrechos o directamente fueron retirados del mercado.
La sombra de los fracasos anteriores pesa demasiado
El historial reciente demuestra que, por muy refinado que sea el diseño y por potentes que sean las intenciones éticas, el comportamiento del consumidor cambia muy lentamente, sobre todo cuando se trata de tecnologías cotidianas. El smartphone no sólo ha ganado la batalla por su funcionalidad, sino también por su papel simbólico: es centro de trabajo, ocio, comunicación, fotografía y status. Sustituirlo por algo más natural requiere algo más que buena voluntad y promesas de interacción contextual.
Tampoco debemos olvidar que el mercado del hardware es feroz y despiadado, con márgenes muy ajustados y una complejidad logística que dista mucho del entorno digital donde OpenAI ha florecido. Lanzar un dispositivo físico implica problemas de escalado, soporte, distribución, mantenimiento y seguridad que nunca antes ha gestionado OpenAI. Confiar únicamente en la visión de un diseñador brillante (por mucho que haya trabajado en Apple) no garantiza el éxito comercial ni la adopción masiva. Que se lo digan a Google, que ha coleccionado cadáveres de dispositivos fallidos como quien junta cromos (Google Glass, Pixel Slate, Nexus Q…).
Se afirma que el objetivo es crear un producto más ético, menos adictivo, más respetuoso con el usuario y su bienestar cognitivo. Es un discurso que sintoniza con las preocupaciones actuales sobre sobrecarga digital, vigilancia constante y salud mental. Sin embargo, este tipo de promesas han sido utilizadas muchas veces como reclamo de marketing sin que luego se cumplieran. Y, además, no hay evidencia de que los usuarios estén dispuestos a pagar por productos que prometen “menos pantalla” cuando el resto del mundo sigue desarrollando adicciones con el móvil en la mano. La ética en el diseño vende bien… siempre que no implique renunciar a funcionalidad, comodidad o entretenimiento.
A todo esto se suma la realidad de que OpenAI aún no ha demostrado una capacidad sostenida de innovación en producto físico. Su mayor éxito, ChatGPT, es un servicio basado en software y nube. Pretender que el salto al hardware será inmediato y fluido es, como mínimo, arriesgado.
Aunque yo doy por hecho que esto va a terminar como el Rosario de la Aurora y simplemente veremos cómo otros cientos o miles de millones de dólares acaban desperdiciados, con lo bien que me vendrían a mí, es posible que el futuro nos depare cualquier cosa porque a estas alturas de la vida ya sé que mi capacidad para predecir el futuro tecnológico es bastante limitada, así que doy por hecho que nos podríamos encontrar ante cualquiera de estos 3 escenarios:
1. Final positivo: un nuevo paradigma tecnológico
En el mejor de los casos, el dispositivo se convierte en un éxito moderado y crece progresivamente gracias a una comunidad de usuarios pioneros. OpenAI logra resolver los problemas técnicos más duros: comprensión contextual real, privacidad sólida, y una integración fluida con otros dispositivos. El producto se asocia a un estilo de vida concreto —quizás más enfocado al trabajo, la concentración o la creatividad— y encuentra un público fiel, como ocurrió en su día con el Kindle en el mundo de la lectura digital. Este escenario requeriría una ejecución impecable, mucha paciencia y años de ajustes finos.
2. Final intermedio: nicho funcional para un grupo reducido
Un futuro más probable sería que el dispositivo funcione correctamente pero no consiga sustituir al smartphone ni penetrar en el mercado masivo. Encuentra su hueco en sectores muy concretos: profesionales que lo usan como asistente de voz personalizado, personas con necesidades de accesibilidad, o como herramienta educativa. Algo parecido a lo que ocurrió con las tabletas gráficas o las Raspberry Pi: productos valiosos, bien diseñados, pero lejos de la omnipresencia prometida.
3. Final negativo: otro juguete caro olvidado por el mercado
El escenario más sombrío es también el más común: el dispositivo decepciona en su lanzamiento, no cumple con las expectativas, presenta problemas de uso o errores técnicos graves, y el público lo ignora. La crítica especializada lo castiga, los vídeos de YouTube lo ridiculizan y OpenAI, tras un par de actualizaciones fallidas, decide discontinuarlo discretamente. La empresa, con una lección aprendida, regresa a su terreno natural: el software, los datos y los modelos de lenguaje, dejando el hardware como un capítulo breve y fallido en su historia.
Hay innovación, desde luego. Pero también hay motivos suficientes para mantener una actitud cautelosa y realista. Porque si algo nos ha enseñado la historia reciente de la tecnología es que los dispositivos físicos, por mucho diseño que lleven encima, no siempre encuentran el hueco que sus creadores imaginan. Y la promesa de un compañero de IA sin pantalla suena mucho a déjà vu con peores resultados que expectativas.
Se admiten apuestas.
Es increíble la sobrevaloración que tienen algunos con OpenAI con lo del hardware. Que Jony Ive lo diseñe “bonito” no garantiza nada. El artículo lo deja claro: “el mercado del hardware es feroz… con márgenes muy ajustados y complejidad logística”. Eso sin contar la falta de experiencia de OpenAI en producción en masa, soporte técnico o distribución.
La narrativa de “menos adictivo, más ético” suena bien para titulares, pero luego llega la realidad: los usuarios pagan por funcionalidad, comodidad y entretenimiento, no por promesas tan chulas como vacías de bienestar cognitivo. Lo más probable es que esto acabe siendo otro juguete caro olvidado por el mercado.
OpenAI no debería perder el tiempo y enfocar su dinero en lo que hace bien—software y modelos lingüísticos.
Comprendo perfectamente tu punto de vista y estoy de acuerdo con todo lo que dices.
La explicación que puede tener ese empeño de OpenAI en meterse en este berenjenal es que ahora mismo tienen tanto dinero y tantos inversores detrás dispuestos a poner más todavía, que han tomado la primera tangente por la que pueden ampliar su negocio fuera del mundo del software.
Lo que no sé si han tenido en cuenta es que los productos de hardware tienen un ciclo de vida de muchos años que está en las antípodas de la constante evolución de sus modelos y que, por ejemplo, cualquiera de estos dispositivos puede estar en un escaparate durante un par de años hasta que se venda y a partir de esos momentos hay que cumplir con tres años más de garantías y, dependiendo de los países, algunos años más de piezas de repuesto. Para cuando se cumplan todos esos plazos openai igual ya ni existe.
Bueno, bueno, a ver si esta vez OpenAI nos sorprende y acierta donde otros fracasaron. Vale que ha tenido tropiezos como el Essential Phone o el AI Pin de Humane, pero tampoco es plan de firmar la condena antes de ver la primera review. El artículo reconoce un escenario posible: un éxito gradual como el Kindle, imponiéndose a fuerza de funcionalidad, privacidad y estilo de vida.
Si consiguen que comprenda el contexto, respete la privacidad y no nos enganche como el móvil, ¡bingo! Me lo pido para escribir sin distracciones y concentrarme en lo importante. No descarto que triunfe en mercados nicho, al menos al principio.
No sé yo si los de OpenAI van a tener la paciencia de Amazon con el Kindle porque en su ADN no está precisamente la paciencia. Son gente que en cinco años han pasado de ser un perfecto don nadie a dominar el mercado mundial de la inteligencia artificial y todo eso produce toneladas de soberbia que me temo que se va a acabar llevando por delante a este aparato en cuanto empiece a no producir resultados tan rápidamente como les gusta a los de OpenAI.
Vaya, ¡otro “compañero de IA sin pantalla” que va a revolucionar el mercado! Claro, es que nos morimos por dejar el móvil y sus «molestias», ¿verdad? Porque lo que nos faltaba es un aparatito con sensores, comandos de voz y contexto que, milagrosamente, sustituya todo lo que ya hace el móvil… y encima sin pantalla. Como bien dice el artículo: “no es la primera vez que se nos promete esto… Y casi siempre ha salido mal”.
¿De verdad alguien piensa que el público va a pagar por renunciar a la pantalla, el entretenimiento y la socialización instantánea? Me flipa la fe ciega, pero el único “compañero” que veo es que muchos inversores se sentirán “muy acompañados” cuando esto se vaya al traste.
El problema con los asistentes de voz tiene dos partes bien diferenciadas:
La primera es que somos personas esencialmente visuales y viendo una lista de opciones o una serie de imágenes somos muchísimo más capaces de determinar qué queremos o qué opción elegimos que escuchando pausadamente una lista contada por una persona; por ejemplo, somos mucho más capaces de elegir nuestra comida mirando la carta del restaurante que escuchando al camarero de viva voz recitar todos los platos disponibles, porque además en esa lista de platos que incluye la carta se suelen añadir descripciones adicionales en las que podemos ampliar instantáneamente la información sobre el plato elegido sin necesidad de estar preguntando al camarero por los ingredientes o la preparación de cada uno de los platos que nos presenta en su lista.
El segundo apartado es que nuestra confianza en los asistentes virtuales es bastante limitada y nosotros queremos comprobar a qué restaurante nos va a mandar en vez de dejar que sea el propio asistente virtual el que decida por nosotros a dónde tenemos que ir a cenar. Esta desconfianza está basada en el hecho de que esos asistentes y los datos que manejan están en manos de compañías que velan por su propio interés económico y no el del usuario. Yo no me imagino que nadie vaya al primer restaurante que sale en los resultados de Google, si sabe que todos esos primeros resultados de Google están pagados y no responden ni a la calidad objetiva que el buscador pueda extraer de algunos datos en la web ni a las opiniones de otros usuarios sino que depende de la cantidad de dinero que el propietario del restaurante le haya pagado a Google por aparecer en esa primera posición, dinero que luego lógicamente nos tendrá que cargar a nosotros en cada plato que nos sirva. Como se ve, no parece un sistema muy confiable para dejar en manos de un asistente de voz a qué guardería llevamos a nuestros hijos.
Pese a todo una y otra vez algunas compañías se empeñan en ofrecer asistentes de voz que los usuarios van a rechazar por sistema. A lo mejor esta idea de los asistentes personales nace en las cabecicas de los altos ejecutivos que están acostumbrados a tener un asistente personal de su absoluta confianza en quien delegan muchas de las decisiones de su vida cotidiana para poder ocuparse ellos a dirigir sus megacompañías pero claro, no es lo mismo un asistente personal profesional que una máquina que funciona en base a enlaces pagados.
Es lo que tiene estar en la cresta de la ola.
Ahora mismo OpenAI tiene dinero apunta pala y puede permitirse desperdiciar miles de millones e ir probando cositas aquí y allá a ver si con alguna de ellas suena la flauta, aunque lo más probable es que no suene y termine siendo dinero desperdiciado o, como suele decirse ahora, una ganancia enorme de experiencia.
O igual también se puede interpretar como una prueba de que ahora mismo no tienen ideas en las que invertir su dinero en el desarrollo de la inteligencia artificial y prueban suerte en otros sectores, como el hardware, que ahora mismo no tocan.