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jueves, 16 mayo 2024

La crisis demográfica amenaza a China

MundoLa crisis demográfica amenaza a China

China es un perfecto ejemplo a los ojos de todo el mundo de cómo la planificación centralizada de la economía es una estupidez monumental que siempre acaba teniendo resultados desastrosos. La política del hijo único implantada en China en 1980 y que se mantuvo hasta 2015 ha provocado que en su pirámide poblacional falte la mitad de dos generaciones. Esa norma pudo servir para que en un momento dado hubiese un montón de trabajadores sin responsabilidades familiares dispuestos a emigrar hacia los nuevos centros industriales pero ahora empieza a mostrar su reverso tenebroso.

Para entender la desgracia humana que es esta política de hijo único, basta con fijarse en que en una familia normal los abuelos cuidan el uno del otro mientras viven pero en cuanto falta uno de ellos, son normalmente los hijos los que se hacen cargo del abuelo o abuela superviviente porque allí no existen las pensiones públicas de jubilación, más allá de algunas miserables ayudas que otorgan las autoridades locales. Sí en su momento tuvieron dos o más hijos, su cuidado podrá ser repartido entre ellos y la carga será llevadera. Si solo tuvieron un hijo la carga para él puede llegar a ser asfixiante (o peor todavía si sobreviven los dos pero enferman y se tiene que hacer cargo de su mantenimiento y de los gastos médicos, que en China la sanidad no es gratuita). Pero la realidad en China es mucho peor todavía porque ahora en 2024, son millones las familias en las que hay cuatro abuelos, padres de un hombre y una mujer hijos casados entre sí y un solo nieto, con lo que durante las dos próximas generaciones cada chino tendrá que trabajar para mantener a dos ancianos y eso no hay cuerpo que lo resista.

Y ahora vamos con los datos.

La crisis demográfica en China es como un drama en dos actos, donde el primer acto se titula “Demasiado viejo antes de ser rico” y el segundo, “La bomba de tiempo de los jubilados”. La trama se desarrolla en un país que ha envejecido prematuramente, con más de 300 millones de nuevos jubilados en la próxima década, casi tantos como toda la población de Estados Unidos, una cifra que suena más a una broma de mal gusto que a una estadística real. Este escenario, más propio de una película de ciencia ficción, es la realidad con la que se enfrenta China hoy en día.

En la China rural, millones de ancianos sin pensión alguna, personifican la dura realidad de aquellos que, habiendo presenciado el nacimiento de la China comunista, se encuentran en la disyuntiva de seguir trabajando hasta caer muertos literalmente o convertirse en una carga para sus hijos. La economía desacelera, los beneficios estatales se esfuman como el humo de un cigarrillo y la política de hijo único ha dejado a las generaciones futuras con menos hombros sobre los cuales repartir el peso de sus ancianos.

La crisis demográfica china, lejos de ser un simple desafío económico, se presenta como una bomba de tiempo cultural y social. La tradición de la piedad filial, que durante generaciones sostuvo el cuidado de los mayores, se encuentra en un punto de ruptura. Con familias encogidas por políticas demográficas pasadas y jóvenes migrando en masa hacia las ciudades a cientos o miles de kilómetros en busca de un futuro mejor, la red de seguridad tradicional se desintegra.

La situación es tan grave que incluso se contempla aumentar la edad de jubilación, una medida que, si bien pudiera parecer una solución lógica, es más bien un parche temporal a un problema estructural profundo. El espectro de un fondo de pensiones agotado para 2035 acecha, una fecha que parece lejana pero que está a la vuelta de la esquina en términos de política económica.

A esta faceta meramente demográfica del futuro chino la acompaña dos realidades devastadoras para su economía punto por un lado el envejecimiento de la población se traduce inevitablemente en una reducción de el carácter aventurero y de las iniciativas empresariales de sus trabajadores. Por el otro lado, las viviendas de los abuelos van quedando libres y ahora, en vez de necesitar viviendas nuevas, cada pareja de abuelos fallecidos se convierte en una vivienda a la venta. Millones de chinos nacidos al albur de la política del hijo único saben que en los próximos veinte años cada uno de ellos va a heredar tres o cuatro viviendas por lo que lo que menos pasa por sus cabezas es la posibilidad de comprar uno de los millones de pisos vacíos que acumulan las inmobiliarias y que tienen difícil salida. por más que las autoridades nacional socialistas chinas intenten ocultarlo como esta crisis inmobiliaria es un cáncer para la economía China que les va a llevar décadas extirpar.

Y otro matiz que no sale en las estadísticas: los hijos únicos, hijos a su vez de hijos únicos, son unos emperadorcitos acostumbrados a ser el centro de atención, unos niños mimados insoportables que tienen problemas de socialización. Por si tuvieran pocos problemas demográficos, a esta nueva generación de chinos y chinas acostumbrados a recibir los mimos exclusivos de sus abuelos, les cuesta encontrar pareja y muchos de ellos optan por hacer su vida social en Internet, alejados de las relaciones personales naturales, dando importancia a las señales materiales de bienestar y riqueza y expresándose en ese mundo tan absolutamente feliz pero falso de las redes sociales. El número de matrimonios en China no deja de bajar y los nacimientos ya son menos que las defunciones, lo que encaja perfectamente en la definición de invierno demográfico.

Los que esperan que China sea en los próximos años la primera potencia mundial y desbanque de ese lugar a Estados Unidos, harían bien en rebajar sus expectativas y analizar fríamente el enorme daño que la planificación centralizada comunista ha causado y va a causar a largo plazo a su economía. Todavía está por ver si en las próximas décadas China deja de ser un país de renta media y es capaz de convertirse en un país rico; yo pienso que se va a quedar estancada como un país de renta media y posiblemente sea India el país que ocupe ese lugar en la segunda mitad del siglo XXI.

Pero eso ya lo verán mis nietos.

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