La Unión Europea se encuentra en un dilema aparentemente irresoluble: mientras implementa normativas ambientales cada vez más estrictas en un esfuerzo por combatir el cambio climático, permite la entrada de productos chinos producidos con fuentes de energía altamente contaminantes en su mercado interno. Esta contradicción pone en peligro los objetivos de reducción de emisiones de CO2 y suscita preguntas sobre la coherencia de las políticas europeas en un mundo globalizado.
China, a pesar de su compromiso formal previo de reducir el uso de carbón, ha aumentado significativamente su capacidad de generación de energía de carbón en un corto período de tiempo. Según el Centre for Research on Energy and Clean Air (CREA), se han autorizado proyectos con una capacidad de 152 GW desde 2022, y se han anunciado proyectos adicionales que podrían elevar la capacidad total a 392 GW. Esto representa un aumento del 38% en un solo año y eleva la capacidad de producción de carbón china a niveles sin precedentes. Es decir que hemos pasado de aquello de engañarte como a un chino a que sean los chinos los que nos estén engañando sistemáticamente a los europeos con el tema de la contaminación.
Algunos informes sugieren que China ya posee el 68% de la capacidad mundial para generar electricidad a partir del carbón, un aumento significativo en comparación con el 55% en 2022. Mientras China expande su capacidad de generación de carbón, el resto del mundo reduce la suya en un 20%, pasando de 214 GW a 172 GW entre 2022 y 2023. Esta disparidad más que plantear preguntas sobre el papel de China en el contexto global del cambio climático y las implicaciones de sus acciones, pone en evidencia que se ha iniciado una guerra comercial en las que cada bloque utiliza las armas de las que dispone y el clima es una víctima colateral de los enfrentamientos; por ahora China ha demostrado cero interés en todo el asunto del cambio climático desde el momento en que eso pueda perjudicar sus exportaciones.
El aumento de la producción de carbón en China tiene graves implicaciones para los esfuerzos mundiales para combatir el cambio climático. A medida que el mundo trabaja arduamente para reducir las emisiones de CO2 y limitar el calentamiento global, China está socavando estos esfuerzos al aumentar su producción de energía de carbón, una de las fuentes de energía más contaminantes. Esto pone de manifiesto una paradoja global en la lucha contra el cambio climático: mientras algunos países reducen su dependencia del carbón, otros la aumentan, lo que hace que los esfuerzos colectivos sean menos efectivos.
Es importante destacar que el aumento de la producción de carbón en China no se debe únicamente a una falta de compromiso con el medio ambiente. China ha argumentado que su prioridad es el bienestar de su población, y el drástico aumento en los precios de la energía, como el gas y el petróleo, en los últimos dos años ha llevado al país a depender más del carbón para mantener su economía funcionando y sus ciudadanos satisfechos. Dicho en Román paladino, la dictadura nacionalsocialista China se pasa por el arco del triunfo todas las buenas palabritas qué tanto se usan en Europa para hablar de cambio climático y de sostenibilidad.
La contradicción europea
La verdadera contradicción aquí es el enfoque de la Unión Europea en cuanto a la sostenibilidad y la reducción de las emisiones de CO2. Mientras la Unión Europea desde su torre de marfil en Bruselas impone reglas estrictas a sus agricultores, limita las emisiones de CO2 y aplica impuestos verdes, parece permitir la entrada de productos chinos fabricados con energía altamente contaminante y productos agrícolas en impregnados en pesticidas y fertilizantes altamente tóxicos en su mercado interno demostrando una absoluta incoherencia y mostrando bien a las claras el divorcio existente entre las élites europeas y los trabajadores y los agricultores que son los que realmente genera la riqueza del continente.
Esta contradicción tiene un impacto directo en los ciudadanos europeos. En un momento en que la pandemia de COVID-19 y los efectos económicos de la guerra de Ucrania están afectando a la calidad de vida de la población europea, el aumento de los costos de vida y la presión sobre los salarios, las políticas ecológicas europeas pueden parecer desconectadas de las necesidades y preocupaciones de los ciudadanos. Sectores económicos enteros, empezando por la agricultura, están al borde de la desaparición por este buenismo europeo y está absurda y extremada preocupación por el cambio climático que seguramente tendrá muy feliz a Greta Thunberg y a sus seguidores.
La Unión Europea debe abordar esta contradicción interna y buscar soluciones que promuevan tanto la sostenibilidad ambiental como el bienestar de sus ciudadanos. Al hacerlo, puede desempeñar un papel más efectivo en la lucha global contra el cambio climático y servir de ejemplo para otros países y regiones. Ya es hora de ir planteando que sea los países más contaminantes, empezando por China, los que asuman el coste de esa contaminación; en vez de crear un impuesto a la contaminación local para que las empresas europeas no contaminen, todo el gasto que supone las políticas de lucha contra el cambio climático debería estar financiado por un arancel sobre las importaciones que provengan de los países que no hacen ningún esfuerzo o directamente van en dirección contraria en materia de contaminación ambiental.
La Unión Europea ya debería plantearse medidas de este tipo porque el distanciamiento entre la élites europeístas y globalistas encerradas en sus grandes edificios en Bruselas y la sociedad civil europea lleva a un desapego creciente hacia ese proyecto tan bonito que era la unión entre los europeos. Y si no lo hacen por el bien de Europa que piensen que a lo mejor sus propios sillones están en peligro si los ciudadanos en un momento dado deciden que todo eso de la Unión Europea en vez de servir de ayuda va contra ellos y se les acaba el cuento y los carguillos y los sueldos libres de impuestos.
